De todos los crustáceos que abundan en la gastronomía española, los langostinos salvajes congelados gozan de especial popularidad, acaso por la facilidad con que pueden conservarse en óptimas condiciones durante hasta seis meses, sin temor a perder ninguno de sus nutrientes y propiedades.
En concreto, el consumo de langostinos permite obtener abundantes vitaminas de tipo B3, B9, B12 y E, altamente beneficiosas para el desarrollo y buen funcionamiento celular o la neutralización de los radicales libres. Las personas de cualquier edad y sexo, incluidos grupos vulnerables como las gestantes, pueden beneficiarse de este crustáceo, en cualquiera de sus formas.
El proceso de congelación del langostino también redunda en la seguridad alimenticia. La limpieza previa a su congelación elimina parte de las bacterias perjudiciales para la salud humana, mientras que el resto perece cuando la temperatura de este alimento desciende a niveles críticos (40 grados bajo cero).
Como consecuencia de este proceso, el retardo de los fenómenos de degradación interna permite mantener no sólo los nutrientes, sino también la textura y el sabor del alimento. En otras palabras, los langostinos congelados demuestran ser más saludables que los frescos.
Su disponibilidad durante los doce meses del año es otra ventaja inestimable. Mientras que los langostinos frescos y otros alimentos del mar deben consumirse en periodos concretos, coincidentes con la época propicia para su pesca (en el Mar Menor, la temporada del langostino se inicia a principios de mayo, por ejemplo), los congelados pueden adquirirse y consumirse en cualquier momento del año.
Por otra parte, se ha demostrado que la demanda de langostinos y otros productos congelados mejora el aprovechamiento alimenticio. A diario se desperdician toneladas de alimentos frescos que, de poderse racionar gracias a la congelación, no contribuirían a este grave problema, que tanto afecta a grandes y pequeñas empresas, así como a hogares.